El “gigante” de hoy no definió ningún signo clínico ni dio su nombre a un nuevo síndrome. Tampoco inventó un artilugio que salvara vidas. De hecho, apenas ejerció la Medicina. Pero no cabe duda que ha hecho mucho por varias generaciones de médicos. El que no haya aprendido con sus ilustraciones, o no las haya incluido en alguna presentación, que levante la mano.
Frank H. Netter nació en Manhattan el 25 de abril de 1906. Desde pequeño ganó concursos de dibujo en el colegio: siempre había querido ser artista. Cuando aún no había terminado la educación secundaria, consiguió una beca para estudiar en la National Academy of Design. Para no abandonar el colegio, siguió estudiando durante el día y acudía a la Academia en turno de noche. Más tarde completaría su formación en la Art Students League de Nueva York.
Netter empezó entonces a trabajar como ilustrador, e incluso realizó algunos encargos para el Saturday Evening Post y el New York Times.
Pero su madre, que consideraba que ser artista llevaba inevitablemente aparejada una vida disoluta, no quería que el talento de Frank “se malgastara” en la ilustración. Se había pasado toda la vida convenciéndole para que estudiara Medicina. “Todos tus primos tienen carreras respetables, y tú también la tendrás”, le decía.
Así que en 1927, tras la muerte de su insistente madre, Netter empezó a estudiar Medicina en la Universidad de Nueva York. Al cabo de los años, recordaba que sus apuntes de la Universidad tenían más dibujos que letra, pues esa era la única forma en la que conseguía memorizar los datos. Apuntes que, por cierto, eran bastante codiciados entre sus compañeros. Incluso algunos de sus profesores le encargaron dibujos para sus libros y trabajos de investigación.
Terminada la carrera, Netter realizaría el internado quirúrgico en el Bellevue Hospital. Al acabar intentó ejercer, pero no eran buenos tiempos para las profesiones liberales. Corría el año 1933 y, como él mismo diría más tarde, si un paciente aparecía por error en su consulta en aquella época, habitualmente se iba sin pagar.
Para completar su escaso sueldo de médico, Netter siguió aceptando encargos para dibujar, especializándose progresivamente en ilustraciones médicas, que las compañías farmacéuticas demandaban para sus campañas publicitarias. Uno de aquellos encargos consistía en una serie de cinco ilustraciones: Netter pidió por la serie completa 1500 dólares, pero el anunciante se confundió y le pagó 1500 por cada una; 7500 dólares eran mucho más de lo que ganaría como cirujano en un año. Ante semejante posibilidad de negocio, Netter abandona definitivamente la práctica médica en 1934. Había comprobado que su arte era mucho más demandado que su ciencia.
En 1937, la compañía farmacéutica CIBA le contrata para realizar una ilustración de un corazón “abierto” para la campaña publicitaria de la digoxina. El éxito del dibujo es arrollador entre los médicos, y CIBA propone a Netter realizar una colección de dibujos anatómicos.
Netter sugerirá completar dicha colección ilustrando diversas patologías: en una sola lámina es capaz de reflejar la etiología, patogenia, clínica y tratamiento de cualquier enfermedad. Son bocetos a lápiz que después colorea con acuarela, lápices de colores y pintura opaca.
Durante 50 años, Netter trabaja exclusivamente para CIBA, que desde 1948 publicará sus dibujos en una revista de monografías clínicas llamada Clinical Symposia. Más tarde, el laboratorio reunirá todos sus dibujos en la “Netter Collection of Medical Illustrations”. Pero la obra cumbre de Netter, a la que llamaba su “Capilla Sixtina”, fue el Atlas de Anatomía Humana que vio la luz en 1989, y que constituye una obra insuperable.
Sus dibujos son fruto de un estudio exhaustivo en todos los campos de la Medicina. Él mismo comentaba que se puede hablar o escribir sobre lo que no se conoce bien, pero no se puede dejar nada en blanco en mitad de una ilustración: “la figura tiene que encajar apropiadamente”.
Netter no fue ajeno a los enormes avances de la Medicina de la segunda mitad del siglo XX. De hecho, a principios de los 80 estuvo presente en la intervención en que se implantó el primer corazón artificial, con el encargo de convertirla en una de sus ilustraciones. Incluso la cirugía de reparación de un aneurisma aórtico a la que tuvo que ser sometido hacia el final de su vida le sirvió de inspiración para nuevos dibujos.
En 1988, el New York Times dijo de Netter que había contribuido a la enseñanza de la Medicina más que todos los profesores de Anatomía del mundo juntos. Pero Netter no pinta modelos ni cadáveres, sino pacientes, porque “los médicos ven pacientes, y debemos recordar que estamos tratando seres humanos completos; no estamos reparando una televisión cuando tratamos a esos pacientes”. Y es que no era un mero ilustrador: era médico.
Frank Netter murió el 17 de septiembre de 1991, después de haber realizado más de 4000 ilustraciones, que aún siguen presentes en las bibliotecas de todas las facultades de Medicina.
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